La Abnegación |
Sacrificio voluntario de los propios afectos o intereses en servicio de Dios o del prójimo |
Para llegar a la caridad
perfecta, que es la santidad, es preciso desarraigar en nosotros todo
impedimento que viene de nuestro amor propio desordenado, que tantas veces
elige su propio gusto, aunque éste no sea el gusto de Dios.
En la práctica de las virtudes,
en el camino de la santidad, hay que buscar algo que forma la base verdadera de
toda santidad. Es lo que Cristo nos dice en el Evangelio: “El que quiera venir
en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.
La palabra 'abnegación' entra así
en las condiciones esenciales de toda vida espiritual sólida. Con toda la
realidad que encierra. Nadie puede suprimir esa palabra ni esa realidad de la
ascética cristiana. La importancia y necesidad de la
abnegación viene, pues, del Evangelio mismo, de la realidad del pecado y sus
consecuencias, de la necesidad para crecer en las virtudes todas.
Puede haber muchas fórmulas de
santificación y muy diversos caminos para santificarse, pero ha de ser de modo
que ninguno de ellos prescinda de la abnegación. Porque eso sería prescindir de
una condición necesaria puesta por el mismo Cristo.
Hay modernamente tendencias que
quieren suavizar y facilitar tanto el ejercicio de la santificación que parecen
suprimir en la teoría o en la práctica lo austero de la abnegación cristiana.
Cristo, Maestro verdadero, ha
dicho que quien quiera seguirle empiece por practicar la propia abnegación.
Dios hizo nuestra naturaleza buena; pero el pecado la ha desordenado. Es
preciso rectificarla. Y eso supone violencia, porque las tendencias malas se
encuentran bien enraizadas. El Reino de Dios padece fuerza y solo los violentos
lo arrebatan. Esa es la necesidad absoluta de la abnegación.
La falta de ella, de caminar
seriamente por esta actitud, es la causa general del estancamiento de muchos
cristianos en su vida de santificación; es la causa incluso de que muchos
acaben perdiendo la misma fe y vida cristiana.
Los maestros de la vida
espiritual nunca han mirado la abnegación como algo puramente negativo, como
una pura destrucción. No destruimos por destruir, ni nos mortificamos por
mortificarnos. Eso sería necio. La abnegación y la mortificación son solo un
medio y un camino. Destruimos en nosotros lo malo para poner lo bueno, mejor
dicho para que Dios nos haga buenos; mortificamos nuestras pasiones para que el
Espíritu Santo mejor nos enderece en el camino de la voluntad de Dios. Si nos
sometemos a ley dura de la abnegación, es porque detrás de ella está la
posesión de Dios. El ideal de nuestra vida espiritual no es ni puede ser la
abnegación por sí misma, sino la abnegación porque nos libra de los
impedimentos que no nos dejan volar a Dios. El ideal es la abnegación porque
ella nos ajusta al modelo único de santidad que es Cristo y nos une más
íntimamente con El.
Por eso los Santos han llegado a
enamorarse de la abnegación y de la cruz. Porque han visto con luz divina que
en ella tenían el camino seguro para ir a Dios; porque han aprendido que les
iba mucho en morir a sí mismos para vivir a Dios; porque se han llenado del
amor a Cristo crucificado, modelo y fuente de toda santidad.
El camino real de la abnegación
es Cristo, camino que arranca en la Encarnación, pasa por la cima del Calvario
y lleva hasta las cumbres del Monte santo de Dios.
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