sábado, 2 de marzo de 2013

La "Abnegación" en la vida cristiana

La Abnegación
Sacrificio voluntario de los propios afectos o intereses en servicio de Dios o del prójimo

Para llegar a la caridad perfecta, que es la santidad, es preciso desarraigar en nosotros todo impedimento que viene de nuestro amor propio desordenado, que tantas veces elige su propio gusto, aunque éste no sea el gusto de Dios.

En la práctica de las virtudes, en el camino de la santidad, hay que buscar algo que forma la base verdadera de toda santidad. Es lo que Cristo nos dice en el Evangelio: “El que quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”.

La palabra 'abnegación' entra así en las condiciones esenciales de toda vida espiritual sólida. Con toda la realidad que encierra. Nadie puede suprimir esa palabra ni esa realidad de la ascética cristiana. La importancia y necesidad de la abnegación viene, pues, del Evangelio mismo, de la realidad del pecado y sus consecuencias, de la necesidad para crecer en las virtudes todas.

Puede haber muchas fórmulas de santificación y muy diversos caminos para santificarse, pero ha de ser de modo que ninguno de ellos prescinda de la abnegación. Porque eso sería prescindir de una condición necesaria puesta por el mismo Cristo.

Hay modernamente tendencias que quieren suavizar y facilitar tanto el ejercicio de la santificación que parecen suprimir en la teoría o en la práctica lo austero de la abnegación cristiana.

Cristo, Maestro verdadero, ha dicho que quien quiera seguirle empiece por practicar la propia abnegación. Dios hizo nuestra naturaleza buena; pero el pecado la ha desordenado. Es preciso rectificarla. Y eso supone violencia, porque las tendencias malas se encuentran bien enraizadas. El Reino de Dios padece fuerza y solo los violentos lo arrebatan. Esa es la necesidad absoluta de la abnegación.

La falta de ella, de caminar seriamente por esta actitud, es la causa general del estancamiento de muchos cristianos en su vida de santificación; es la causa incluso de que muchos acaben perdiendo la misma fe y vida cristiana.

Los maestros de la vida espiritual nunca han mirado la abnegación como algo puramente negativo, como una pura destrucción. No destruimos por destruir, ni nos mortificamos por mortificarnos. Eso sería necio. La abnegación y la mortificación son solo un medio y un camino. Destruimos en nosotros lo malo para poner lo bueno, mejor dicho para que Dios nos haga buenos; mortificamos nuestras pasiones para que el Espíritu Santo mejor nos enderece en el camino de la voluntad de Dios. Si nos sometemos a ley dura de la abnegación, es porque detrás de ella está la posesión de Dios. El ideal de nuestra vida espiritual no es ni puede ser la abnegación por sí misma, sino la abnegación porque nos libra de los impedimentos que no nos dejan volar a Dios. El ideal es la abnegación porque ella nos ajusta al modelo único de santidad que es Cristo y nos une más íntimamente con El.

Por eso los Santos han llegado a enamorarse de la abnegación y de la cruz. Porque han visto con luz divina que en ella tenían el camino seguro para ir a Dios; porque han aprendido que les iba mucho en morir a sí mismos para vivir a Dios; porque se han llenado del amor a Cristo crucificado, modelo y fuente de toda santidad.

El camino real de la abnegación es Cristo, camino que arranca en la Encarnación, pasa por la cima del Calvario y lleva hasta las cumbres del Monte santo de Dios.

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