El color litúrgico (usado en las
vestiduras del sacerdote) correspondiente a este domingo es el rosado
“¡GAUDETE!”. EL MANDAMIENTO DE LA
ALEGRÍA
Domingo “Gaudete”. Así es como
tradicionalmente se ha denominado el tercer domingo de Adviento. Domingo
“alegraos”, literalmente traducido del latín. Y es que la cercanía de la
Navidad y la esperanza creciente, llevan a la Iglesia a recordar las numerosas exhortaciones
de la Sagrada Escritura a vivir con alegría.
Nuestra vida cristiana no es –
como muchos la quieren presentar – una vida triste, de renuncias y cargas,
cerrada a las alegrías de la vida. La misma Palabra de Dios nos demuestra que
esto no es así. “Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”, hemos
oído proclamar al profeta Isaías en la primera lectura. Al cristiano, Dios le
manda que esté alegre. “Estad siempre alegres… Ésta es la voluntad de Dios”,
nos ha recordado, por su parte, San Pablo. Y esto es así, de tal manera, que la
tristeza puede llegar a ser un pecado, cuando pasa de ser un estado de ánimo
sufrido a un conformismo voluntario y estable por la falta de esperanza.
La alegría es, para el cristiano,
un mandamiento. No uno más a sumar a la lista de los diez, sino el resultado de
vivir el decálogo con el amor incondicional a Dios y al prójimo que lo condensa
y resume. Vivir los mandamientos nos da alegría y la alegría nos hace vivir los
mandamientos con facilidad. Esta es la dinámica de la santidad. Por eso, San
Juan Bosco no dudaba en afirmar que la primera condición para ser santos es
estar alegres.
Pero ¿cómo conseguir esa
alegría?, preguntará el que esté sumido en la tristeza o con la mirada
escéptica del que lo ha intentado ya muchas veces sin éxito. Primero, sabiendo
donde encontrarla. Si se busca donde no está, lógicamente, no se hallará. La
verdadera alegría nace de un corazón en paz con Dios y con deseos de servir al
prójimo. No lleva a la verdadera alegría, por tanto, aquella vida que se vive
con el único objetivo de disfrutar de los placeres de este mundo, sin
importarnos nada o casi nada Dios y el prójimo. ¿En qué consiste estar alegre?
Si se tuviese que dar como respuesta una imagen, el mundo nos presentaría la de
alguien rodeado de confort, exteriorizando los sentimientos que le den el
dinero, el sexo, la bebida o cualquier otra ausencia (mejor, huída) de las
preocupaciones; el Evangelio nos muestra, en cambio, la vida de los santos: la
alegría de una Madre Teresa o de cualquier cristiano de hoy que se embarca en
la aventura del espíritu y de la caridad.
El mensaje de San Juan Bautista
es mensaje de alegría, de la mayor alegría: “Viene uno…” que es el Mesías
esperado, Dios con nosotros. Sin embargo, Juan es la voz en el desierto.
Desierto porque pocos acogen este mensaje, igual que sucede hoy. Desierto
también, como imagen de cada alma que continúa árida porque ninguna de las que
consideraba “alegrías”, le han hecho florecer el corazón. La voz de Juan, su
pre – evangelio, es el mensaje que, si se acoge, llevará a la alegría que es
Cristo y que convierte en vergel el corazón de todo hombre.
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