"A lo
largo de los siglos, la Iglesia siempre ha tratado de caracterizar el momento
de la Comunión con sacralidad y suma dignidad, esforzándose constantemente por
desarrollar de la mejor manera gestos externos que favorecieran la compresión
del gran misterio sacramental. En su atento amor pastoral, la Iglesia
contribuye a que los fieles puedan recibir la Eucaristía con las debidas
disposiciones, entre las cuales figura el comprender y considerar interiormente
la presencia real de Aquel que se va a recibir (cf. Catecismo de san Pío X, nn.
628 e 636). Entre los signos de devoción propios de los que comulgan, la
Iglesia de Occidente estableció también el estar de rodillas.
(Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo
Pontífice)
Una célebre expresión de san Agustín, retomada en el n. 66
de la Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI, enseña: “Nadie come de esta carne
[el Cuerpo eucarístico] sin antes adorarla […], pecaríamos si no la adoráramos”
(Enarrationes in Psalmos, 98,9). Estar de rodillas indica y favorece esta
necesaria adoración previa a la recepción de Cristo eucarístico.
"Al dar a la Eucaristía todo
el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no infravalorar ninguna de sus
dimensiones o exigencias, mostramos que somos verdaderamente conscientes de la
grandeza de este don. Él nos invita a una tradición incesante que, desde los
primeros siglos, ha sido la comunidad cristiana celosa en custodiar este
«tesoro». [...] No hay peligro de exagerar en la consideración de este
Misterio, porque «en este Sacramento se resume todo el misterio de nuestra
salvación. '"
"En este sentido la actitud de arrodillarse cobra una
especial relevancia, ya que «ante Cristo crucificado todo el cosmos, el cielo,
la tierra y el abismo, se arrodilla (cfr. Fl 2, 10-11). Él es realmente
expresión de la verdadera grandeza de Dios. La humildad de Dios, el amor hasta
la cruz, nos demuestra quién es Dios. Ante él nos ponemos de rodillas,
adorando. Estar de rodillas ya no es expresión de servidumbre, sino
precisamente de la libertad que nos da el amor de Dios, la alegría de estar
redimidos, de unirnos con el cielo y la tierra, con todo el cosmos, para adorar
a Cristo, de estar unidos a Cristo y así ser redimidos" (Benedicto XVI)
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