AL RVDO.
PADRE CARMELITA JUAN
DE JESÚS MARÍA
ALAMILLOS MEDINA
“
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un
traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone
la corona…” (Is. 61, 10)
Así,
desbordante en el Señor, se ha ido el padre Juan a la Casa del Padre;
desbordante de la alegría de saberse esperado, y desbordante de ver allí a sus
madres, la del Cielo, del Carmen y de Guía, y la terrenal, Josefa, por quién se
desvivía.
Sin
duda alguna, los Santos han ido a recibir a quién ha sido incansable predicador
de la Palabra Encarnada; de las glorias de la siempre Virgen María y de las
virtudes de todos ellos.
Difícil
es expresar lo que el padre Juan María de Jesús Alamillos Medina supone para su
pueblo de Villanueva del Duque, pero viéndolo desde la otra perspectiva, es muy
fácil: lo que él sentía para su Pueblo, y ahí todo queda expresado.
No
había fiesta o celebración que él no sintiera en lo profundo de su corazón,
participando cuándo podía junto a nosotros de nuestras tradiciones y
costumbres, como un hijo agradecido a sus raíces.
No
se puede citar tantas y tantas cosas compartidas con quién era un hombre de
Dios, pues sería imposible detallarlas con la claridad y sabiduría de quién era
un erudito en todas ellas.
Música,
pintura, escultura, literatura, todo en el padre Juan cobraba una calidad
infinita.
Y
escritor.
Siempre
que no estaba rezando, estaba escribiendo. Toda la mesa y sillas llenas de
papeles y libros. Libros por todos lados, y estampas de Vírgenes y Santos por
igual…… a todas, las acogía en su corazón,…….. y besándolas, las guardaba.
La
casa llena de cajas de libros que siempre regalaba. No había llegado una caja
cuando venían otras con nuevos ejemplares. Siempre le decía: “por Dios Juan, no
hay sitio para más, y él contestaba, ya los daremos….”, y vaya si los daba.
¡Qué generosidad más sincera!
¿Y
qué podemos decir de su amor a la Virgen? Desmesurado. No había cosa que le
llenara mas la cara de sonrisa y felicidad que hablar de la Virgen; de todas,
porque era mariano hasta la médula, pero al mencionar a la Hermosura del
Carmelo, o a la Virgen de Guía, entonces, ya era otra cosa, era como si las
viera ante él. ¡Cuántas veces he tenido que llamarlo para comer estando a los
pies de nuestra Patrona en su Ermita! Se le olvidaba hasta eso, comer.
Difícil
es hacer un balance de quién ha sido desbordante en todas sus facetas.
Como
sacerdote y religioso, impecable y fiel a su ministerio; siempre solícito a
colaborar y servir a compañeros sacerdotes en todo cuánto él les pudiera
ofrecer, sin pedir nada a cambio.
Como
vecino y paisano, ejemplar. Hemos tenido una relación de toda la vida, y ha
sido para nosotros como parte de la familia, siempre presente en todos los
momentos principales, los malos y los buenos, como hace dos años en Santa
Lucía.
Era
saber que alguien estaba enfermo o había fallecido, para interesarse de manera
particular. ¡Cuántas veces le daba el teléfono para consolar a las familias y
para interesarse por ellos! Y como amigo, qué decir, siempre viendo en los
demás todas aquellas virtudes que hacía que todos fuésemos únicos y grandes
ante él, cuándo era todo lo contrario. Juan era de una calidad fuera de serie,
culto, educado, simpático, humilde, generoso y cautivador con su forma de ser y
de explicarse, eso sí, despistado para las cosas, también lo era, y rara era la
vez que no perdía u olvidaba las llaves.
Creo
sinceramente que el legado que Juan nos muestra con su vida es su principal
testamento: ser coherente con la fe.
Atrás
quedarán los muchos libros escritos siempre para gloria de la siempre ensalzada
Virgen del Carmen, y desafortunadamente el último, que de su puño y letra,
llevé no hace mucho a la imprenta, con un pequeño percance sobre el manuscrito,
que tanto nos hizo reír y al mismo tiempo pasar, y que ya no podrá ver, pero
sin duda, será su último regalo, de los muchos que aún le quedaban por
escribir.
Se
nos ha ido en las vísperas de Santa María Madre de Dios, como siempre lo hacía,
en silencio, con su rosario desgastado en la mano, y sin duda los nombres de
Jesús, María y José en sus labios, y en paz con Dios y los hombres, ¿Qué más
podemos pedir?
“En
Ti Señor confié, no veré defraudado para siempre….”
José Caballero Navas
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