Celebración del Miércoles de Ceniza en la Parroquia San Mateo Apóstol de Villanueva del Duque
Significado simbólico de la
Ceniza
La
ceniza, del latín “cinis”, es producto de la combustión de algo por el fuego.
Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la muerte, de la
caducidad del ser humano, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia.
Ya podemos apreciar esta
simbología en los comienzos de la historia de la Salvación cuando leemos en el
libro del Génesis que “Dios formó al hombre con polvo de la tierra” (Gen 2,7).
Eso es lo que significa el nombre de “Adán”. Y se le recuerda enseguida que ése
es precisamente su fin: “hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste
hecho” (Gn 3,19). En el Génesis (18, 27) Abraham dirá: “en verdad soy polvo y
ceniza. En Jonás (3,6) sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los
habitantes de Nínive. La ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el
arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícitamente signo de dolor y de
penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en
los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza
dispuesta en forma de cruz.
El gesto simbólico de la
imposición de ceniza en la frente, se hace como respuesta a la Palabra de Dios
que nos invita a la conversión, como inicio y entrada al ayuno cuaresmal y a la
marcha de preparación para la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina
con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y
destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida
pascual de Cristo.
Por eso cuando nos acerquemos a
recibir las cenizas, meditemos muy bien en nuestro corazón las palabras que
pronunciará el celebrante al imponérnoslas en forma de Cruz: “Arrepiéntete y
cree en el Evangelio” (Cf Mc1,15) y “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has
de volver” (Gén 3,19). Para que de verdad sea un signo y unas palabras que nos
lleven a descubrir nuestra caducidad, nuestro deseo y necesidad de conversión y
aceptación del Evangelio, y el deseo de recibir la novedad de vida que Cristo
cada año quiere comunicarnos en la Pascua.
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