“En la dinámica de esta relación con quien da sentido a la
existencia, con Dios, la oración tiene una de sus típicas expresiones en el
gesto de ponerse de rodillas. Es un gesto que entraña una radical ambivalencia:
de hecho, puedo ser obligado a ponerme de rodillas —condición de indigencia y
de esclavitud—, pero también puedo arrodillarme espontáneamente, confesando mi
límite y, por tanto, mi necesidad de Otro. A él le confieso que soy débil,
necesitado, «pecador». En la experiencia de la oración la criatura humana
expresa toda la conciencia de sí misma, todo lo que logra captar de su
existencia y, a la vez, se dirige toda ella al Ser frente al cual está; orienta
su alma a aquel Misterio del que espera la realización de sus deseos más
profundos y la ayuda para superar la indigencia de su propia vida. En este
mirar a Otro, en este dirigirse «más allá» está la esencia de la oración, como
experiencia de una realidad que supera lo sensible y lo contingente”.
(Benedicto XVI - Catequesis sobre la oración)
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