El Vía crucis es una devoción centrada en los Misterios
dolorosos de Cristo, que se meditan y contemplan caminando y deteniéndose en
las estaciones que, del Pretorio al Calvario, representan los episodios más
notables de la Pasión. El Vía Crucis o Camino de la Cruz, es una de las formas más
expresivas, más sólidas y extendidas de la devoción del pueblo cristiano a la
Pasión de Cristo.
La difusión del ejercicio del Vía crucis ha estado muy
vinculada a la Orden franciscana. Pero no fue San Francisco quien lo instituyó
tal como lo conocemos, si bien el Pobrecillo de Asís acentuó y desarrolló
grandemente la devoción a la humanidad de Cristo y en particular a los
misterios de Belén y del Calvario, que culminaron en su experiencia mística en
la estigmatización del Alverna; más aún, San Francisco compuso un Oficio de la
Pasión de marcado carácter bíblico, que es como un «vía crucis franciscano», y
que rezaba a diario, enmarcando cada hora en una antífona dedicada a la Virgen.
En todo caso, fue la Orden francisana la que, fiel al espíritu de su fundador,
propagó esta devoción, tarea en la que destacó especialmente San Leonardo de
Porto Maurizio.
Desde los primeros siglos los peregrinos de Jerusalén
veneraban los lugares santos, especialmente el Gólgota y el Sepulcro. Según las
revelaciones de Dios a Santa Brígida, luego de la muerte de Cristo, el mayor
consuelo de su Madre era recorrer los lugares de aquel sagrado camino regados
con la sangre de su Hijo. La imposibilidad de ir a Jerusalén o el deseo de
recordar con frecuencia en su propia tierra los momentos de la Pasión, hizo
nacer en la cristiandad diversas formas de representar aquellos lugares para
ser recorridos en una especie de peregrinación espiritual.
Desde los primeros siglos los peregrinos de Jerusalén
veneraban los lugares santos, especialmente el Gólgota y el Sepulcro. Según las
revelaciones de Dios a Santa Brígida, luego de la muerte de Cristo, el mayor
consuelo de su Madre era recorrer los lugares de aquel sagrado camino regados
con la sangre de su Hijo. La imposibilidad de ir a Jerusalén o el deseo de
recordar con frecuencia en su propia tierra los momentos de la Pasión, hizo
nacer en la cristiandad diversas formas de representar aquellos lugares para
ser recorridos en una especie de peregrinación espiritual.
Dice San Bernardo: “No hay cosa tan eficaz para curar las
llagas de nuestra conciencia y purgar y perfeccionar nuestra alma como la
frecuente y continua meditación de las llagas de Cristo y de su Pasión y
Muerte”.
Le dijo Jesús Misericordioso a Santa Faustina Kowalska:
"Son pocas las almas que contemplan Mi Pasión con verdadero sentimiento; a
las almas que meditan devotamente Mi Pasión, les concedo el mayor número de
gracias".
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