jueves, 17 de julio de 2014

Villanueva del Duque celebra a NªSª la Virgen del Carmen

 EL   ESCAPULARIO   DEL   CARMEN

                Conozca el origen de esta bella tradición mariana que afirma que “el que muera con él no padecerá el fuego eterno”.

                El Escapulario es un símbolo de la protección de la Madre de Dios a sus devotos y un signo de su consagración a María. Nos lo dio La Santísima Virgen. Se lo entregó al General de la Orden del Carmen; San Simón Stock, según la tradición, el 16 de julio de 1251, con estas palabras: «Toma este hábito, el que muera con él no padecerá el fuego eterno».

                A finales del siglo XII o principio del XIII nacía en el monte Carmelo, de Palestina, la Orden de los Carmelitas. Pronto se vieron obligados a emigrar a Occidente. En Europa, tampoco fueron muy bien recibidos por todos. Por ello el Superior General de la Orden, San Simón Stock, suplicaba con insistencia la ayuda de la Santísima Virgen con esta oración:
 Flor del Carmelo
viña florida
esplendor del Cielo
Virgen fecunda
¡Oh madre tierna!
intacta de hombre
a los carmelitas
proteja tu nombre
(da privilegios)
Estrella del mar.
 En 1251, la Bienaventurada Virgen María, acompañada de una multitud de ángeles, se apareció a San Simón Stock, General de los Carmelitas, con el escapulario de la Orden en sus manos, y le dijo: “Tú y todos los Carmelitas tendréis el privilegio, que quien muera con él no padecerá el fuego eterno”; es decir, quien muera con él, se salvará.

                Este relato lo encontramos ya en un santoral de fines del siglo XIV, que sin duda lo toma de códices más antiguos. En el mismo siglo XIII Guillermo de Sandwich O.C. menciona en su “Crónica”, la aparición de la Virgen a San Simón Stock prometiéndole la ayuda del Papa.

                Alude a este hecho el Papa Pío XII cuando dice: «No se trata de un asunto de poca importancia, sino de la consecución de la vida eterna en virtud de la promesa hecha, según la tradición, por la Santísima Virgen».
 También reconocida por Pío XII, existe la tradición de que la Virgen, a los que mueran con el Santo Escapulario y expían en el Purgatorio sus culpas, con su intercesión hará que alcancen la patria celestial lo antes posible, o, a más tardar, el sábado siguiente a su muerte, a esto se le conoce como “privilegio sabatino”.

                El privilegio sabatino consiste en que la Santísima Virgen sacará del purgatorio cuanto antes, especialmente el sábado después de su muerte, a quienes hayan muerto con el Escapulario y durante su vida hayan guardado castidad según su estado y rezado todos los días el oficio parvo. (Este se puede sustituir por la Liturgia de las Horas o por la abstinencia de carne los miércoles y sábados, o un sacerdote con facultad para ello, lo puede conmutar por otra obra piadosa, v.gr. el rezo diario del Rosario).
 Si uno peca contra la castidad o deja un día de hacer la obra prescrita, podrá recuperar el privilegio al confesarse y cumplir la penitencia (de manera semejante a como se recuperan los méritos perdidos por el pecado mortal, lo cual parece casi excesiva generosidad de Dios, pero es doctrina católica).

                El escapulario del Carmen es un sacramental, es decir, según el Concilio Vaticano II, “un signo sagrado según el modelo de los sacramentos, por medio del cual se significan efectos, sobre todo espirituales, que se obtienen por la intercesión de la Iglesia”. (S.C.60). (Infovaticana)
 ESCAPULARIO   DEL   CARMEN:   DEVOCIÓN   Y   NO   SUPERSTICIÓN

                  La devoción a la Virgen del Carmen incluye el llamado “privilegio sabatino” por el que se cree, según la tradición antigua y algunas revelaciones particulares, que nuestra Madre del Cielo se apiada de aquellas benditas ánimas del purgatorio el primer sábado tras su muerte en la tierra. Cuando se portó en vida el escapulario carmelita, la Virgen recompensa esa devoción haciendo más breve el paso intermedio del alma a la gloria eterna.
Naturalmente que esta tradición ha de ser valorada en su justa medida, y respetada como revelación particular. Y la reflexión que planteo en este artículo que se publica en un boletín carmelita parte de evitar tanto el escepticismo como la superstición en ésta o cualquier otra devoción mariana. Al igual que el tema de las indulgencias, al considerar el escapulario hay que comenzar recordando la doctrina de la Iglesia sobre la salvación: el cielo es un don de Dios inmerecido y gratuito. Nadie puede “conquistar” una eternidad con su solo esfuerzo. Dios nos regala la salvación pero no la impone, es decir, requiere una respuesta de cada ser humano desde la fe y las obras que avalan la autenticidad de esa fe. Ni sólo fe (como decía Lutero) ni solo esfuerzo (como predicó Pelagio). Desde ahí, la fundamentación evangélica la tenemos muy clara en el juicio de las naciones (Mateo 25) donde aprendemos que es la regla de amor (a Dios y al prójimo) la única vía posible como respuesta a la invitación de Dios al cielo.
Si creemos que se puede llevar una vida de cualquier manera, sin rechazar el pecado y sin atender a la gracia, y a la vez ganar indulgencias o llevar escapulario para asegurar la salvación, entonces nos ubicamos en la superstición y la fe vacía. Pero ello no significa que, desde un racionalismo frío, despreciemos los regalos que la Providencia nos ofrece para ayudarnos en nuestro camino hacia Dios. Y uno de esos regalos es el escapulario de la Virgen del Carmen. Si tratamos de llevar una vida cristiana sincera, desde la fe y las obras de amor fraterno, el escapulario realzará nuestro camino y si podemos esperar la promesa mariana del privilegio sabatino. Desde este punto llamo la atención de uno de los errores teológicos más extendidos ya desde mitad del siglo XX por una tergiversada interpretación del Vaticano II: la gratuidad de la salvación que no requiere respuesta humana desde la libertad, en línea afín con el protestantismo. Recomiendo la lectura de la encíclica SPES SALVI de Benedicto XVI sobre la esperanza: Dios no condena a nadie porque quiere que todos se salven, pero respeta la libertad de cada hombre en su aceptación o no de la salvación. Una vida obstinada en el pecado y en el rechazo continuo de la gracia lleva a la perdición porque uno mismo se cierra a la misericordia divina. Y una vida mediocre que no corresponda a la gracia sacramental de modo afirmativo lleva al paso intermedio que llamamos purgatorio y es dogma de fe definido en el concilio de Trento.
Antiguamente hubo en la vida cristiana un cierto exceso en las devociones en cuanto que éstas tendían a sustituir lo nuclear de la fe que es el compromiso. Esa tendencia se ha visto purificada desde una catequesis que interpela más hacia la coherencia. Y actualmente quizás suceda la tendencia opuesta que niega o a veces desprecia estas devociones que son un regalo de Dios. La solución estaría en vivirlas desde el equilibrio de la caridad y la humildad, pero hoy deben recuperarse e integrarse en cualquier proyecto de vida cristiana. (Adelanta la Fe)

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