martes, 3 de marzo de 2015

Nuevo AMBÓN, para la Palabra de Dios, en la Parroquia

EN  EL  AMBÓN, “CRISTO,  POR  SU  PALABRA,  SE  HACE  PRESENTE  EN  MEDIO  DE LOS  FIELES” (IGMR,55)

                Es el ambón, el lugar en dónde los fieles, reunidos en asamblea, dirigen sus miradas, su corazón y su entendimiento, para hacer suya la Palabra de Dios, que desde éste lugar se proclama. Es el mismo Cristo, el que cómo hizo en su tiempo terrenal, nos anuncia la Buena Nueva.

                Pide la Iglesia, que éste lugar sea digno, artístico y estable, de modo que confiera la dignidad de su función, al igual que la requerirá para el altar, habida cuenta de que es en el ambón en donde empieza el memorial de Nuestro Señor, la Santa Misa. Desde aquí, se nos da la Palabra de Vida de Cristo, y después, desde el altar, su Cuerpo y su Sangre.

Es por tanto, lugar privilegiado y reservado para ello, cómo lo es el altar, de ahí que muchos gestos y símbolos sean parecidos.

Si la ceremonia es muy solemne, el Evangeliario, así llamado el libro que contiene los Evangelios sinópticos, entrará en procesión cerrado hasta ser depositado sobre el altar, hasta que llegado su momento, sea trasladado de nuevo procesionalmente hasta el ambón, acompañado de cirios e incienso, de manera elevada para hacerlo visible desde toda la asamblea reunida. Una vez proclamado, permanecerá ya abierto sobre el.

                Por naturaleza, el ambón se sitúa en la parte del templo llamada del Evangelio, por ser éste el lugar en donde tradicionalmente se ubica, y desde dónde se proclama el Evangelio. De no haber otro lugar más adecuado en el templo, desde aquí se harán las demás lecturas de la santa Misa, la Primera, el Salmo y la Segunda, que lo harían desde el lado opuesto, es decir, el lado de la Epístola.
                Conviene recordar que éstas lecturas las puede proclamar con la dignidad y claridad que se requiere, los fieles laicos, siendo exclusiva la proclamación del Evangelio por un ministro ordenado, bien de diácono, lector o el propio presbítero, quien entonces, en lo que se conoce como oración en secreto, recitará para sí: “Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente, para que pueda proclamar dignamente el santo Evangelio”.

Es entonces cuando apreciamos la diferencia entre las lecturas anteriores y la del Evangelio.

Todos en pie, nos preparamos para escuchar la Palabra de Dios.

Otros sencillos signos nos recordarán que desde el ambón, Dios dirige la Palabra a su pueblo, siendo el Evangeliario el receptor del perfume del incienso, de la cruz antes de su proclamación o finalmente el beso que sobre él deposita el ministro sagrado.

A la entonación del Aleluya, excepto en el Tiempo de Cuaresma, los fieles, todos de pie, esperan la Voz del Buen Pastor, no habiendo de esperar al comienzo de su lectura.
Pero lo mismo que desde el Altar, el Misal contiene las oraciones que nosotros pedimos a Dios Padre, desde el Ambón, están las palabras que Dios Padre nos dirige a nosotros, y para ello, la Iglesia divide en tres ciclos anuales consecutivos las lecturas Dominicales, recogidas en los Evangelios sinópticos de Mateo (Ciclo A); San Marcos (Ciclo B) y san Lucas (Ciclo C).

Para las lecturas semanales, llamadas días feriales, se dividen en dos años, el Año Par, y el Año Impar, de manera, que vayamos  escuchando y meditando prácticamente las Sagradas Escrituras con esta división, recogidas en los libros llamados Leccionarios. Es por así decirlo, la gran distribución de las sagradas lecturas en la Misa.

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