EN EL
AMBÓN, “CRISTO, POR SU
PALABRA, SE HACE
PRESENTE EN MEDIO
DE LOS FIELES” (IGMR,55)
Es
el ambón, el lugar en dónde los fieles, reunidos en asamblea, dirigen sus
miradas, su corazón y su entendimiento, para hacer suya la Palabra de Dios, que
desde éste lugar se proclama. Es el mismo Cristo, el que cómo hizo en su tiempo
terrenal, nos anuncia la Buena Nueva.
Pide
la Iglesia, que éste lugar sea digno, artístico y estable, de modo que confiera
la dignidad de su función, al igual que la requerirá para el altar, habida
cuenta de que es en el ambón en donde empieza el memorial de Nuestro Señor, la
Santa Misa. Desde aquí, se nos da la Palabra de Vida de Cristo, y después,
desde el altar, su Cuerpo y su Sangre.
Es por tanto, lugar privilegiado
y reservado para ello, cómo lo es el altar, de ahí que muchos gestos y símbolos
sean parecidos.
Si la ceremonia es muy solemne,
el Evangeliario, así llamado el libro que contiene los Evangelios sinópticos,
entrará en procesión cerrado hasta ser depositado sobre el altar, hasta que
llegado su momento, sea trasladado de nuevo procesionalmente hasta el ambón, acompañado
de cirios e incienso, de manera elevada para hacerlo visible desde toda la
asamblea reunida. Una vez proclamado, permanecerá ya abierto sobre el.
Por
naturaleza, el ambón se sitúa en la parte del templo llamada del Evangelio, por
ser éste el lugar en donde tradicionalmente se ubica, y desde dónde se proclama
el Evangelio. De no haber otro lugar más adecuado en el templo, desde aquí se
harán las demás lecturas de la santa Misa, la Primera, el Salmo y la Segunda,
que lo harían desde el lado opuesto, es decir, el lado de la Epístola.
Conviene
recordar que éstas lecturas las puede proclamar con la dignidad y claridad que
se requiere, los fieles laicos, siendo exclusiva la proclamación del Evangelio
por un ministro ordenado, bien de diácono, lector o el propio presbítero, quien
entonces, en lo que se conoce como oración en secreto, recitará para sí:
“Limpia mi corazón y mis labios, Dios omnipotente, para que pueda proclamar
dignamente el santo Evangelio”.
Es entonces cuando apreciamos la
diferencia entre las lecturas anteriores y la del Evangelio.
Todos en pie, nos preparamos para
escuchar la Palabra de Dios.
Otros sencillos signos nos
recordarán que desde el ambón, Dios dirige la Palabra a su pueblo, siendo el
Evangeliario el receptor del perfume del incienso, de la cruz antes de su
proclamación o finalmente el beso que sobre él deposita el ministro sagrado.
A la entonación del Aleluya,
excepto en el Tiempo de Cuaresma, los fieles, todos de pie, esperan la Voz del
Buen Pastor, no habiendo de esperar al comienzo de su lectura.
Pero lo mismo que desde el Altar,
el Misal contiene las oraciones que nosotros pedimos a Dios Padre, desde el
Ambón, están las palabras que Dios Padre nos dirige a nosotros, y para ello, la
Iglesia divide en tres ciclos anuales consecutivos las lecturas Dominicales,
recogidas en los Evangelios sinópticos de Mateo (Ciclo A); San Marcos (Ciclo B)
y san Lucas (Ciclo C).
Para las lecturas semanales,
llamadas días feriales, se dividen en dos años, el Año Par, y el Año Impar, de
manera, que vayamos escuchando y
meditando prácticamente las Sagradas Escrituras con esta división, recogidas en
los libros llamados Leccionarios. Es por así decirlo, la gran distribución de
las sagradas lecturas en la Misa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario