"En este sentido la actitud de
arrodillarse cobra una especial relevancia, ya que «ante Cristo crucificado
todo el cosmos, el cielo, la tierra y el abismo, se arrodilla (cfr. Fl 2,
10-11). Él es realmente expresión de la verdadera grandeza de Dios. La humildad
de Dios, el amor hasta la cruz, nos demuestra quién es Dios. Ante él nos
ponemos de rodillas, adorando. Estar de rodillas ya no es expresión de
servidumbre, sino precisamente de la libertad que nos da el amor de Dios, la
alegría de estar redimidos, de unirnos con el cielo y la tierra, con todo el
cosmos, para adorar a Cristo, de estar unidos a Cristo y así ser redimidos" (Benedicto XVI)
La adoración es el único culto
debido solamente a Dios. Cuando Satanás pretendió tentarlo a Jesús en el
desierto le ofreció todos los reinos, todo el poder de este mundo si él lo
adoraba. Satanás, en su soberbia de locura, pretende la adoración debida a Dios.
Jesús le respondió con la Escritura: “Sólo a Dios adorarás y a Él rendirás
culto”.
Rosario meditado, tras la oración personal
Benedicto XVI, Homilía en la
celebración de las Vísperas, Basílica de Santa Ana, Altötting, 11 de septiembre
de 2006
"La adoración eucarística es un modo
esencial de estar con el Señor. Gracias a mons. Schraml, Altötting ha obtenido
una nueva “cámara del tesoro”. Donde antes se guardaban tesoros del pasado,
objetos preciosos de la historia y de la piedad, se encuentra ahora el lugar
para el verdadero tesoro de la Iglesia: la presencia permanente del Señor en el
santísimo Sacramento.
En una de sus parábolas el Señor habla
del tesoro escondido en el campo. Quien lo encuentra —nos dice— vende todo lo
que tiene para poder comprar ese campo, porque el tesoro escondido es más
valioso que cualquier otra cosa. El tesoro escondido, el bien superior a
cualquier otro bien, es el reino de Dios, es Jesús mismo, el Reino en persona.
En la sagrada Hostia está presente él, el verdadero tesoro, siempre accesible
para nosotros. Sólo adorando su presencia aprendemos a recibirlo adecuadamente,
aprendemos a comulgar, aprendemos desde dentro la celebración de la Eucaristía.
En este contexto, quiero citar unas
hermosas palabras de Edith Stein, la santa copatrona de Europa. En una de sus
cartas escribe: “El Señor está presente en el sagrario con su divinidad y su
humanidad. No está allí por él mismo, sino por nosotros, porque su alegría es
estar con los hombres. Y porque sabe que nosotros, tal como somos, necesitamos
su cercanía personal. En consecuencia, cualquier persona que tenga pensamientos
y sentimientos normales, se sentirá atraída y pasará tiempo con él siempre que
le sea posible y todo el tiempo que le sea posible” (Gesammelte Werke VII, 136
f).
Busquemos estar con el Señor. Allí
podemos hablar de todo con él. Podemos presentarle nuestras peticiones,
nuestras preocupaciones, nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestra
gratitud, nuestras decepciones, nuestras necesidades y nuestras esperanzas.
Allí podemos repetirle constantemente: “Señor, envía obreros a tu mies. Ayúdame
a ser un buen obrero en tu viña”.